sábado, 2 de marzo de 2019

Saffron Park


La primera vez que visité Saffron Park tenía solo trece años… ¿Cómo iba a entender entonces la sombra de la caricatura que persigue a nuestra desesperada dignidad y belleza? Aún no sabía que las preocupaciones, por muchas vueltas que les demos, son sólo preocupaciones, pero que la Tristeza es siempre la Alegría vuelta del revés. Aún no había amado al mismo tiempo a la verdad y a un amigo... Todavía no había comprobado que somos amor y continua despedida. Y ahora -cuando tanto en mí se ha perdido para siempre-me reconozco en cada una de esas palabras con la misma claridad que en el agua quieta y viva. 

A los trece años estaba profundamente enamorada de Seawood, de Saffron Park. Pensaba que cualquier día, a la vuelta de un recodo, los encontraría y llegaría, al fin, a casa. Pero nadie se sentó conmigo nunca a escuchar a los dos locos poetas y siempre he caminado sola por esos senderos, perdida en la ceguera cromática de la empinada ciudad de arquitectura imposible. Perdida en los extraños paisajes de Chesterton. 

Cada uno de ellos un personaje más, lleno de vida. Su cielo llameante como los viejos cielos medievales, su viento que agita eternos estandartes de escarlata... Cada rasgo de la tierra, del aire o del firmamento parece el extremo de una verdad que grita de alegría y de pasión, como en el Salmo  “El día le cuenta su secreto al día, la noche a la noche se lo susurra...” ¿Qué secreto, dime? ¿Quién lo conoce? ¿Has caminado tú por allí? ¿Comprendiste también, sin conocerlo, que es un Secreto mucho más grande, alegre y poderoso de lo que nadie puede entender? Un largo trago de vida, un jirón rojo y desgarrador como las nubes sobre Saffron Park... ¿Tú también has estado allí? Y si estuviste...  Dime, ¿cómo es que no nos encontramos?

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