Yo era una niña cuando cortaron el rosal. Y sin embargo,
cada mayo, al pasar junto al viejo muro de ladrillo recuerdo cómo trepaba,
colmado de fuerza y de gracia como una bendición, con las ramas combadas por el
peso dorado de las rosas.
De su perfume no me quedan recuerdos; sólo esa confusa sensación de anhelo y de inminencia que se tiene a veces ante el amanecer.
De su perfume no me quedan recuerdos; sólo esa confusa sensación de anhelo y de inminencia que se tiene a veces ante el amanecer.
Un
día ya no estaba.
Lo habían cortado por diez razones razonables y por ninguna. Atraía a los mosquitos, a las abejas, a las arañas, estropeaba el muro, crecía demasiado. Entonces no pude comprender, pero la Vida es paciente y repite sus lecciones.
Así, la Insistente Vida me enseñó que siempre se arranca el rosal más hermoso, siempre se aplasta el mejor corazón y se echa por tierra la labor más fructífera, mientras el Coro de los Mediocres salmodia sus diez razonables razones -crece demasiado, molesta demasiado... Siempre la misma: Es demasiado.
Lo habían cortado por diez razones razonables y por ninguna. Atraía a los mosquitos, a las abejas, a las arañas, estropeaba el muro, crecía demasiado. Entonces no pude comprender, pero la Vida es paciente y repite sus lecciones.
Así, la Insistente Vida me enseñó que siempre se arranca el rosal más hermoso, siempre se aplasta el mejor corazón y se echa por tierra la labor más fructífera, mientras el Coro de los Mediocres salmodia sus diez razonables razones -crece demasiado, molesta demasiado... Siempre la misma: Es demasiado.
Pero no fui rápida, no. Tardé años en comprender que la Fealdad que nos acorrala no es una coincidencia, ni es algo inadvertido, sino una meta buscada con ensañamiento. Y aún tardé más años en comprender cuántas personas razonables hay que odian la Belleza, que aborrecen lo bueno y lo feliz, royendo en lo más profundo de sus decentes corazones la Luz que codician y detestan.
La Niña Que Fui hubiera hecho cualquier cosa por defender aquel rosal. Pero ahora que ya he elegido y perdido mis batallas, al fin adulta, puedo decir también que soy cobarde. O quizá sólo estoy cansada. Ambas cosas se parecen mucho.
Cobarde entonces, quizás cansada, he descubierto cuánto valor se requiere para estar en el bando de las rosas -para trepar por los muros con la Fuerza y la Gracia de una bendición, sabiendo que el Mundo nos echará por tierra- y qué corona merecen los que aún lo intentan, hecha con espinas de la más pura Alegría.
Ana Castelbón
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