domingo, 13 de enero de 2013

La pequeña cerillera

 
 
 
Hoy he visto a la pequeña cerillera. No es pequeña ni vende fósforos. La veo encender una tras otra las llamas que le abrasan los dedos. Su resplandor ilumina el rostro desvencijado, el pelo tristemente pintado de amarillo. Extiende sus manos sobre el vientre y sonríe. Va a tener otro niño. Lo cuenta todo muy deprisa y se ríe mientras afirma que está loca. Aunque no lo está. Sólo profundamente perdida. Se ha lanzado a la vida como un coche sin frenos, como una locomotora que descarrila camino de un barranco: cada niño, un vagón más que conduce en ese viaje infernal hacia ninguna parte.
Te cuenta que le quiere, aunque él la trate mal.  Luego rectifica. No es que la trate mal, es que la quiere a su manera. Claro, no podemos olvidar eso. Hay tantas maneras de querer... Quizá el abandono, el insulto, el desprecio, el golpe, entre en alguna de ellas. Otro fósforo se consume mientras lo piensa. Uno más. Me pregunto cuántos le quedan, cuánto miedo le da la noche inmensa que aguarda tras esas luces diminutas que enciende y apaga sin cesar. 
Enciende y apaga.
Enciende y se apagan.

Se apagan.



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