jueves, 7 de abril de 2016

La Cenicienta



Mercedes se casó a los dieciséis y antes de los veinticuatro ya tenía cinco hijos. La cintura desfondada aguanta siempre el gesto resignado de sus manos, enlazadas y quietas sobre el vientre. Habla con un burbujeo y un trino porque ya le van faltando dientes. Quizá por el dulce recuerdo del portugués en su acento o por la sencillez de su alma iletrada, a menudo lo que dice está lleno de cordura y poesía. Y también de una tristeza sin escapatoria.
Una mañana, mientras atendíamos a Cristina, cogió su pequeño en brazos como si fuera un cordero y le acunó hasta dormirle, con ternura y descuido. “¿No se casa María?”, decía… Y riendo… “Mejor ser libre como las gaviotas…”
Mirándola mecer al niño, de pronto me dio miedo olvidar esa imagen. La más bella, la más triste.

Hay personas que parecen escritas en el agua.




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