George MacDonald con su hija Lilly. Fotografía de Lewis Carroll. |
“Érase que se era una bruja que quería saberlo todo.Se llamaba Watho y tenía un lobo dentro."
Por desgracia, no he leído muchas obras de George MacDonald.
Por fortuna, he leído "Niño de Sol, Niña de Luna", uno de los cuentos infantiles (me niego a entrecomillar infantiles, me parece una traición a la palabra) más hermosos que haya caído en mis manos.
Cuentan de George MacDonald que lloró desconsoladamente cuando, siendo niño, le explicaron la teoría de la predestinación; y que ya adulto y convertido en pastor calvinista, sus sermones sobre el Amor Universal de Dios por todas sus criaturas le valieron la reducción del salario y la desconfianza de su Iglesia; que afirmaba no escribir para niños, sino para los que son como niños... Pero todos estos datos están en la wiki. Yo no le conocí por esto, sino por el canto (no se me ocurre otra palabra) que C.S.Lewis le dedica a su obra Phantastes en Cautivado por la Alegría. Si alguna vez un lector ha agradecido un libro, creo que es Lewis en ese párrafo de inusitada belleza. Conocer a MacDonald no es la menor de las cosas que le debo. Por él llegué a los cuentos de un hombre que hace más de cien años animaba a los niños a que no olvidaran sus sueños, a que nunca se dejaran devorar por el lobo.
Pues en su cuento, como en todos, habita un lobo terrible. Vive dentro de Watho, la bellísima bruja, y devora cuanto toca. Encierra a una pobre niña en una cueva y la priva de todo conocimiento, le enseña que la Noche es el Día, y que no existe más luz que la que él designa. En Nycteris, condenada a la oscuridad, la ignorancia y el encierro desde su niñez, MacDonald nos deja un estremecedor retrato del destino de las niñas en su tiempo. Pero también nos cuenta del ansia de vida, de la capacidad de superación, de la llegada de la libertad.
El arrebato que siente Nycteris al salir por primera vez de su cueva a la verdadera noche es uno de los fragmentos más bellos de la literatura infantil del XIX.
Pues en su cuento, como en todos, habita un lobo terrible. Vive dentro de Watho, la bellísima bruja, y devora cuanto toca. Encierra a una pobre niña en una cueva y la priva de todo conocimiento, le enseña que la Noche es el Día, y que no existe más luz que la que él designa. En Nycteris, condenada a la oscuridad, la ignorancia y el encierro desde su niñez, MacDonald nos deja un estremecedor retrato del destino de las niñas en su tiempo. Pero también nos cuenta del ansia de vida, de la capacidad de superación, de la llegada de la libertad.
El arrebato que siente Nycteris al salir por primera vez de su cueva a la verdadera noche es uno de los fragmentos más bellos de la literatura infantil del XIX.
“... cayó de rodillas y levantó sus brazos hacia la luna. Hubiera sido totalmente incapaz de decir lo que pasaba por su cabeza, pero aquel acto impulsivo era en realidad como una oración a la luna, una súplica para que siguiera siendo siempre lo que era: aquel increíble pero definido esplendor que alumbraba colgado de un techo distante, aquella gloria pura fundamental para la existencia de las pobres niñas nacidas y crecidas en una oscura cueva. Era como una resurrección para ella, pero no, era nacer, el nacimiento mismo. (...) ¡Tenía que almacenar todo aquel resplandor! ¡En qué pobre tonta la habían convertido sus carceleros! La vida era un festín maravilloso y a ella no le habían echado más que huesos y mondaduras...”
“Niño de Sol y Niña de Luna” Cuentos de Hadas Victorianos. Editorial Siruela.
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