Tinta sobre papel Ana Castelbón |
Las rejas hubieran debido servirle
de advertencia.
Una
advertencia de doble hierro forjado con pinchos exteriores de quince centímetros de longitud y tornillos de
seguridad en todas las ventanas. ¿Pero acaso reparó en ellas? No, salvo para frotarlas
con salfumán y un cepillo de cerdas duras. Las dejó impolutas, eso sí. Baudelaire
poseía un talento innato para la limpieza que casi llegaba a superpoder… Como si
de pequeño le hubiese mordido una fregona radioactiva.
El
caso es que no se preguntó el por qué de aquellas rejas, igual que no se había preguntado qué hacía un
foso de dos metros de profundidad ante la entrada del apestoso antro de
Vorágine. Ni siquiera los dos cocodrilos que se agitaban en su
fondo le dieron otra idea que poner
unos cuantos nenúfares y un puente japonés que alegrase un poco el
panorama.
Anotó
mentalmente: cambiar pirañas por pececillos de colores.