... La princesa siempre se las arreglaba para
aprovechar alguna ráfaga de viento -el que más le gustaba era el del
Sur-Suroeste- y escaparse rauda por la ventana; entonces había que soltar
apresuradamente más cordel, y ponerse a sotavento, mientras la niña reía y reía
volando como una cometa...
Mercedes
se casó a los dieciséis y antes de los veinticuatro ya tenía cinco hijos. La
cintura desfondada aguanta siempre el gesto resignado de sus manos,
enlazadas y quietas sobre el vientre. Habla con un burbujeo y un
trino porque ya le van faltando dientes. Quizá por el dulce recuerdo
del portugués en su acento o por la sencillez de su alma iletrada, a
menudo lo que dice está lleno de cordura y poesía. Y también de una tristeza
sin escapatoria.
Una
mañana, mientras atendíamos a Cristina, cogió su pequeño en brazos como si
fuera un cordero y le acunó hasta dormirle, con ternura y descuido. “¿No se
casa María?”, decía… Y riendo… “Mejor ser libre como las gaviotas…”
Mirándola
mecer al niño, de pronto me dio miedo olvidar esa imagen. La más bella, la más
triste.