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lunes, 16 de diciembre de 2013

Estar Donde No Lleguen Las Tormentas IV


Tinta sobre Papel
Ana Castelbón


Me columpio.                                             
                            Un instante en mi cuerpo
y al siguiente en el tuyo

                             Y me quiebro,
estallando en mis venas
                             mediodías de junio
voy tejiendo cadenas
                            con que anclarme en tu pulso
Y no puedo
                            con candados de sangre
ni eslabones desnudos
                             aferrarme a tu vuelo
ni enraizarme en tu mundo
                             ¡Ya! 
¡Deténme!
                            Y que cese 
este vivir a sorbos
                            esta muerte sin rumbo
Me columpio,
                             trapecista en tu beso
y suicida en tu impulso
                             Me columpio
y me quiebro
                             Me columpio
Ana Castelbón



miércoles, 13 de noviembre de 2013

Las mujeres de Barba Azul






Escribiré sobre las mujeres de Barba Azul, las que penaron y murieron en castigo por su maldita, mil veces maldita curiosidad; su deforme herencia equivocada. Fueron peores que las Gorgonas. Más despreciadas que Eva. Aborrecidas por Dios como Lilith, la madre de los No Redimidos. Por su Curiosidad y Soberbia  fueron decapitadas, encerradas, borradas y olvidadas. 

Pero las mujeres de Barba Azul tienen mala semilla. No es tan fácil acabar con ellas. Una tras otra llenan las mazmorras de la Historia, y siguen llegando. No aprenden, no saben olvidar su curiosidad y su orgullo. El recuerdo de las antepasadas sigue alimentando la simiente perversa en la mente y en el alma de las que las siguen. Porque (gritan) nos desposaron con Barba Azul. Nos dijeron cásate y sé sumisa, no cojas la llave de oro,  no abras  la puerta. Nos dijeron muéstrate orgullosa de tus cadenas, ellas marcan tu lugar en el mundo, eres más grande si eres lo que Quiero que Seas. Sé sumisa, sé obediente. No andes erguida, no camines delante, no pretendas saber demasiado. 
Pero las mujeres de Barba Azul no aprendieron la lección. La llave dorada les quemaba en las manos. Tenían que saber. Tenían que ser. Y abrieron la puerta.
Por eso la cabeza de Olympia de Gouges rodó por el cadalso, el cuerpo de Camille Claudel fue sepultado en una tumba sin nombre y en la de Miranda Barry se lee el nombre de James, el hombre que nunca fue. Sólo existió Miranda, la monstruosa mujer ansiosa de ser médico.  No existieron James ni Monsieur Le Blanc, monstruosa Sophie Germain, hambrienta de números. Tampoco George Elliot ni Currer Bell pisaron esta tierra, sino Mary Ann Evans y Charlotte Brönte; extrañas criaturas con pecados sosegados y violentas virtudes. 
Monstruosa fue Emily Dickinson, encerrada y vestida de blanco, escribiendo versos y versos para su baúl de tesoros. Monstruosa e incomprendida como la criatura que dio a luz su hija, Mary Wollstonecraf, muerta cuando empezaba a ser feliz. Monstruosa e infiel Ada Lovelace, cuya alma salvó su madre retirándole los únicos calmantes que paliaban su agonía.
 Y si Barba Azul no llegó a devorarlas a tiempo, las borró de los libros, las sepultó en el olvido, hermanas, para que no sigamos su mal ejemplo. Para que sigamos la senda del bien, que nuestra mentora Costanza nos repite: cásate y sé sumisa. Cásate y sé sumisa. Serás mucho más feliz que las pobres mujeres que no la hicieron caso, las que empuñaron la llave de oro y abrieron la puerta sangrante y descubrieron el horror en que estaban encerradas. Seremos tan felices, amigas, tan sólo con olvidar la puerta, con quedarnos bien sujetas en el mundo que nos destinaron. Las mujeres de las mazmorras no pueden ser el ejemplo. 


Monstruosas mujeres de Barba Azul. 



Nosotras aprenderemos la lección que Costanza recoge de los ancestrales labios que nos enseñaron a amar: Cásate y sé sumisa...





martes, 29 de octubre de 2013

Sombras


Sombras
Ana Castelbón
Lápiz de Grafito y lápices de colores sobre papel


Se acerca la Fiesta de las Sombras...

jueves, 26 de septiembre de 2013

Piel de Asno

Piel de Asno, Arthur Rakham




El cruce apesta a coche, a pis, al parque polvoriento de la otra orilla de la calzada, a ciudad agotada por el calor y el verano... Pero cuando ella llega, cubierta con su piel de asno, reina sobre todos los olores con su peste a cerveza ya digerida y a cerveza por beber.
Su olor llega antes que ella, y se impone. 
Lleva un niño en un carrito roto. Hace años, cuando todavía conservaba un jirón del traje hecho de luna y del traje hecho de estrellas, se quedó embarazada de ese niño. Por entonces tenía algún diente más, y un caminar algo más recto. Su pelo era oscuro como la noche y aún podía decirse de ella que había sido hermosa. La acompañaba en aquellos días una niña, apenas una muchacha, de tal belleza que te llenaba de compasión. 
La niña tenía intactas la luna y las estrellas en su ropaje, resplandecía blanca y oscura, vibrante y confiada como una nota de cristal. "Yo no seré Piel de Asno", parecía decir al mirar a su madre. "Yo no seré como tú"... 
El invierno pasado vagabundeaba por el parque, bebiendo. 
Quedaban estrellas en su vestido, aún brillaba la luna en su túnica. 
Brillan mientras se apagan.

Hoy Piel de Asno apenas puede moverse bajo las capas de cerveza y suciedad que la cubren. Todos, sin casi reparar en ello, han retrocedido un paso y a su alrededor ha quedado un curioso vacío donde espera el cambio del semáforo. El niño del carrito desvencijado  ya tiene cinco años y  arrastra los pies por la acera. Tiene el pelo negro y brillante como los ojos de las golondrinas, la misma mirada resplandeciente de su hermana. Parece que el tiempo no ha pasado. La madre le sonríe. 
Piel de Asno arremete con el carro contra el paso de cebra. Pero al llegar al otro lado se inclina solícita sobre el niño. Y es que el niño, sonriente y ufano, ha llevado todo el tiempo tras su espalda una litrona vacía de cerveza, de vidrio color caramelo. Como si llevase una mochila. 
Dámela, cielo dice Piel de Asno. Y el niño la coge con pericia y se la entrega. A la papelera, ríe al tirarla en un caja verde para los excrementos de los perros. Acelera el paso vacilante y desaparece de la vista.

Lo peor de los cuentos de terror es el final. 
Porque nunca terminan.




martes, 3 de septiembre de 2013

Estar Donde No Lleguen Las Tormentas III



Acuarela y Tinta sobre Papel


Me voy

No pueden retenerme
El Polvo y la Ceniza me han llamado hermana
Conozco el sendero del Olvido
Y me voy

No me pesa ya la carga de mi sangre
Os lo aseguro

He aprendido a pronunciar mi nombre y a olvidarlo
He aprendido a volar sin desatarme

Mi ciencia es exacta y fría como las constelaciones
En medio de Todos puedo decir quién soy

Yo

Nadie

Me voy

Ana Castelbón

lunes, 22 de julio de 2013

El Flautista En El Umbral del Alba



Apenas tenía cinco años cuando perdió a su madre, un día de Abril de 1864. Apenas cinco cuando casi murió él también, de la misma escarlatina que se había llevado a Bessie para siempre. Y contaba sólo cinco años cuando su padre se hundió en la bebida, abandonando su cuidado y el de sus hermanos, y Granny Inglis se los llevó con ella a la vieja casa de Cookham Dene, junto a la que discurría el incansable narrador, El Río. Así fue cómo la Desgracia trajo de su mano el que fue el tiempo más feliz de toda su existencia. 

La luz, los olores, los increíbles descubrimientos y aventuras que sólo caben en la Infancia seguramente cayeron sobre el pequeño Kenneth como cayó el rayo sobre Saulo. Pero al igual que una Gran Desdicha había dado comienzo a esa felicidad, fue un vulgar inconveniente lo que acabó con ella. La vieja casa era realmente vieja, más allá del halo poético de la expresión. La chimenea se derrumbó. Tuvieron que mudarse. Y se fueron a  otra casa, más pequeña, menos generosa. Lejos del Río.
Kenneth Grahame, en su infancia
A partir de ese día la vida se fue posando inclemente sobre el pequeño Kenneth, como tiene por costumbre hacer con todos nosotros. Copo tras copo de polvo y de ceniza, de sueños rotos, mientras El Río murmuraba en su corazón el recuerdo de un Verano, como el viento murmura entre los sauces. Sobre aquel niño cayeron más mudanzas, el fugaz retorno con un padre que les abandonaría definitivamente y moriría en Francia. (De todos sus hijos sólo Kenneth acudió a su entierro.)  Años de niñeras y tutores, de casas y parientes lejanos que les apresuraban para que creciesen más rápido, más rápido. Así fue como el niño que corría junto al Río se vio obligado a ser Adulto y a emplearse en lo más alejado de los sauces que podía existir en este mundo: el Banco de Inglaterra.
Pero mientras la Vida seguía cayendo con su lluvia de polvo y ceniza, mientras ascendía en el Banco, mientras se casaba y era infeliz, mientras tenía un hijo enfermizo y desdichado como él, el Paraíso Perdido seguía brillando en su interior. La voz del Río no callaba.  Viejo, Insomne, Aventurero, seguía narrando y había que escucharle: Pagan Papers, The Golden Age, Dream Days… 
 Y El Viento En Los Sauces. 
Alastair iba a cumplir cuatro años, y no conseguía dormirse. Durante horas, Keneth le contó las aventuras de un Topo que descubre un día de primavera las orillas del Río, de una Rata de Agua acogedora y generosa como la vieja casa de Granny Inglis, de un Tejón sabio, bondadoso  y ceñudo... Y de un Sapo -El Señor Sapo- que cae enamorado a los pies de la Máquina de las Máquinas.
El cuento siguió y siguió -como suele suceder con las historias- fluyendo en las cartas que le envió más tarde, cuando aún parecía posible ahuyentar los fantasmas que acechaban a su hijo. Lo hizo de la única forma que supo. Recuperó para él los recuerdos más felices. Sopló sobre todo ese polvo acumulado por los años hasta que el susurro del viento entre los sauces fue de nuevo nítido y radiante, lleno de voces. Las voces sencillas, las aventureras, las alocadas y las seductoras, las que estaban llenas de risas y las que le sumían en la melancolía. Todas las voces del Río que él había escuchado en su infancia están allí, sin faltar una. 
No fueron suficientes para Alastair, que se arrojó a las vías del tren, cerca de su amado Oxford, dos días antes de su vigésimo cumpleaños. Era el 7 de mayo de 1920. 
Ése fue el día en que El Río calló.  
Pero antes le había contado su más valioso secreto: que todos los Paraísos se pierden y que sólo los desdichados pueden recordar la canción que toca el Flautista en el umbral del Alba.
“Se ha ido… ¡Tan hermoso, y extraño, y nuevo! Para que acabara tan pronto casi hubiera deseado no oírlo, porque ha despertado en mí un anhelo casi doloroso, y nada parece valer la pena sino escuchar ese sonido una vez más, y seguir oyéndolo eternamente…”



domingo, 30 de junio de 2013

Itaca No Existe

Entre Sombras
Óleo sobre Lienzo de Omar Ortiz


Ítaca no existe.
Al menos no aparece por ninguna parte en el mapa de sus ojos. Si alguna vez hubo una, simplemente se fue. Para ellos no hay ya Destino, ni Hogar al que regresar.
Vagamos por los días rodeados de aquellos que nos fueron narrados. Nos cruzamos con Ulises, que sostiene en sus manos la parodia de un periódico para pedirnos limosna a la puerta de un supermercado; que se prostituye en una rotonda bajo un paraguas descolorido. Penélope espera en algún lugar remoto tejiendo y destejiendo entre envíos de Money Gram que ya no llegan...
Los Grandes Desterrados de la Historia nos contemplan desde el penúltimo círculo de un Infierno sin fin, vestidos de andrajos.
Para ellos Ítaca ya no existe.
Desapareció de sus ojos el día en que comprendieron que no queda ningún lugar en el mundo al que volver. Saben por fin que les hemos abandonado en el desierto, descalzos, para que recorran hasta reventar las oficinas, los parques, las comisarías, las casas abandonadas, los juzgados, las estaciones de tren, las concejalías, los albergues, los despachos de caridad, los CIES, los bancos a la sombra.
Son fáciles de reconocer. Siempre llevan una hatajo de papeles mugrientos apretados contra ellos, como un bloque de cemento fraguado en torno al naufragio de su vida. Papeles que les condenan, les expulsan, les niegan medicinas y escuelas. Y al mismo tiempo, su única posesión. El grillete que les mantiene encadenados a la noria del Mundo; lo único que les recuerda que tienen un nombre, aunque no existan.
Te los enseñan, grises por las esquinas, llenos de manchas, simas sin fondo como Caribdis donde todo su ser se hundirá sin remedio; te los enseñan como si tú pudieras leer en ellos algo distinto.
Pero lo lees en voz alta y le repites, atragantándote, que ese papel dice que no existe, que no está aquí. Mañana o en días repentinos traerá ese mismo papel y te dirá de nuevo que lo leas como si el tiempo hubiera cambiado  las palabras. Repites su sentencia y se marcha. 
Pondrá un recurso inútil, apelará a la humanidad de la rueda dentada que le está triturando. Lo hará por inercia, por desesperación, por tener algo que le obligue a seguir caminando ahora que ya sabe que sólo puede hacer eso: seguir caminando y caminando sin la esperanza de llegar.
¿Se preguntan por qué Siempre, por qué Todo, por qué a Ellos? Por qué...



domingo, 16 de junio de 2013

Estar Donde No Lleguen las Tormentas II


Ilustración: Ana Castelbón
Acuarela y Tinta sobre papel

EPITAFIO PARA EDITH SÖDERGRAN

Y yo, que tuve Nombre,
No tuve Destino.
Me perdí en el silencio
Como en una nevada
Y terminé por irme
Sin una despedida,
Inadvertida y tenue,
Como acaban
La lluvia,
los sueños,
y la infancia.

Ana Castelbón

sábado, 1 de junio de 2013

Estar Donde No Lleguen Las Tormentas

Tanto los poemas como las ilustraciones son de mi absoluta responsabilidad, pero el hermoso libro que se ha creado con ellos se debe a Ebookprofeno. De nuevo, gracias a Felipe y a Sol; a Sol y a Felipe. Y a Germán Guirado por su prólogo, un regalo. Y a J.L. por... por Todo.

Ilustración Ana Castelbón
Tinta sobre Papel
 
Mi Libertad es una Red de cadenas de Plata,
Mi Libertad es una celda de muros transparentes,
Mi Libertad es una inmensa telaraña,
Esto es mi Libertad.
 
Me colma con sus tesoros cada mañana,
elegir uno, ¿no es un vano derroche?
Me abre todas las puertas de madrugada
escoger una, dime, ¿a dónde conduce?
 
La anchura de los cielos paraliza mis alas,
Mi Libertad gigantesca me esclaviza,
Quisiera serlo todo pero al fin no soy nada.
Así es mi libertad.

Ana Castelbón.

lunes, 1 de abril de 2013

Elizabeth Siddal, leyendo

Elizabeth Siddal Leyendo
Dante Gabriel Rossetti
Elizabeth Siddal sigue leyendo.

Después de más de cien años sigue leyendo sentada en su sillón de enferma, igual que aquel silencioso día en Hastings, el dos de junio de 1854. Se lleva, cansada, la mano al rostro  y un mechón de su cabello se escapa por un momento. Tiene los pies en el escabel, y Ford Maddox Brown susurra entusiasmado que está  "... más delgada, más cadavérica, más bella y más desmadejada que nunca".  

(But wise Christina says … One face looks from all his canvases,/  One selfsame figure sits or walks or leans…)

Hoy en Hastings el tiempo es húmedo y tibio, la luz pone sombras de lápiz seguro y apresurado en la larga falda, en el afilado rostro. Hoy, y ayer y mañana ella leerá y se trenzará el pelo, o mirará absorta, adormilada, extasiada, lejana siempre. Ahí está, así la seguimos viendo, tal y como Dante Gabriel la retrató cien y mil veces en incontables  Guggums, bocetos de belleza increíble  e instantánea. Desbordaban los cajones de mesas y escritorios, se apilaban en los rincones, llenaban todas las carpetas y los álbumes de esbozos pero aun hoy, cuando se venden y se compran como joyas,  no dejan de ser el patético testimonio de una obsesión devoradora.  
Una fascinación que emergió, ya tuberculosa, de la bañera donde posaba para Millais como una Ofelia demasiado turbadora para los decentes, cuyas mentes morbosas y obscenas la vieron obscena y morbosa. Lizzie recordaría toda su vida el pesado traje de brocado de plata que hubo de vestir, día tras día, húmedo y pegajoso como la mortaja que finalmente fue. Recordaría el día en que posó durante horas cuando ya se había apagado la estufa que calentaba el agua helada, el principio de su muerte.

(And wise Christina says… We found her hidden just behind those screens, / That mirror gave back all her loveliness…)

Porque, lánguida en todo, Lizzy no se tomó ninguna prisa a la hora de morir. Lo fue haciendo a sorbos, a pequeños pasos. En tardes de luz templada, como la de Hastings, en las mañanas brumosas y oscuras de Londres, moría a ratos y reaparecía luego, con el largo pelo azafranado más lleno de luz que nunca. El mismo pelo, recordaría, que hizo exclamar a Walter Deverell "Muchachos no creeréis que maravillosa criatura he encontrado…" Entonces, recordaba Lizzie, vendía sombreros y era muy joven y hermosa y muy frágil. Pero sólo era Lizzie. Sólo ella, ella misma, ni Ofelia, ni Beatriz, ni Ginebra, ni  la Doncella Asomada a los Balcones del Cielo. Sólo la pequeña e ignorante Lizzie Siddal.

(But wise Christina says …A queen in opal or in ruby dress/ A nameless girl in freshest summer-greens,/ A saint, an angel — every canvas means/ The same one meaning, neither more orless...)

Sólo Lizzie, piensa Lizzie. Pero eso fue antes, hace un esfuerzo por recordar, mucho antes del sillón de enferma de aquel día de Junio, en Hastings; antes del  empapado disfraz, de todos los rostros cambiantes sobre su rostro, antes de las infidelidades y de las promesas rotas. Antes de la enfermedad, del laúdano y del brandy. Eso piensa Lizzie y se desliza en silencio, de la vida a la muerte y a la vida de nuevo, meciéndose. Ahora lo entiende, ya lo ha comprendido. Ya sabe que lo ha perdido todo, hasta su nombre.

(And so, wise Christina says … He feeds upon her face by day and night,/ And she with true kind eyes looks back on him, / Fair as the moon and joyful as the light…)

Ni Ofelia, ni Isabella, ni Beatriz, ni Ginebra, se sentarán con ella a acunar durante horas la cuna vacía de la niña que no nació. No le darán la mano durante las noches de agonía, los días eternos en los que espera su regreso. Él se va, se hunde en la feracidad de Fanny Conforth, igual que buscará desesperadamente la inaudita y silenciosa belleza de Jane Burden, venerará la altivez de Alexia Wilding, y sigue  pintando a Lizzie. Y Lizzie escribe versos también, como los suyos, y grita en silencio lo que sabe. “Tu arte, ese árbol envenenado que me robó la vida”, dice, grita, bebe, acuna la niña que nunca nació.  Nadie la acompañará en las sombras en las que va a perderse, alumbrada sólo por sus cabellos de cobre y azafrán.

(But wise Christina knows …Not wan with waiting, not with sorrow dim…)


Y un día, al fin, reunió todos sus seres infinitos, todos los rostros que habían borrado el suyo y los dejó atrás. Se fue al lugar donde nuestros nombres son claros y todo se resume. Donde es ya para siempre Elizabeth Eleanor Siddall, 1829-1862.
La frágil y altiva Lizzie, sólo Lizzie, se llevó con ella la antorcha de su pelo, lo más vivo de su vida. Otros, El Otro, le pusieron versos manuscritos, poemas y recuerdos como almohada. Pero ella sólo necesitaba su pelo para alumbrar las sombras...

Cuando años más tarde abrieron su tumba, vieron que su cabello había seguido creciendo tras la muerte, tan dorado, espeso y hermoso que llenaba de oro el ataúd.
Como si aún estuviese leyendo, en ese dos de junio de 1854.


(And wise Christina ends …Not as she is, but was when hope shone bright; Not as she is, but as she fills his dream..)




Nota: una traducción aproximada del poema de Christina Rossetti, In An Artist's Studio, sería...
"Un rostro mira desde todos sus lienzos,/ La única y misma figura se sienta, camina o yace:/ La encontramos oculta tras los bastidores,/ Espejos que nos devuelven toda su gracia./ Una reina de ópalo y rubí ataviada,/ Una joven sin nombre en los más frescos verdes del estío,/ Una santa, un ángel –cada lienzo repite/ El único y mismo mensaje, nada más, nada menos./Él devora su rostro de  día y  de noche, / Y ella con ojos cálidos  devuelve su mirada, /Bella como la luna, como la luz  alegre:/ Ni pálida de esperas, ni nublada de angustias;/ No como es, sino como ella era cuando la esperanza brillaba; / Nocomo ella es, sino como sacia sus sueños"

domingo, 17 de marzo de 2013

Acuarela y Tinta sobre Papel

Conozco una Luna altiva que desprecia a los enamorados...
...Y conozco a un ratón bombero  que nunca llega a tiempo...
... Conozco a un gusanillo despistado...
...Y conozco a un coro de cotillas, a quienes he favorecido mucho en el retrato.

Así que, con esto, ya están hechas las presentaciones...
 


domingo, 3 de marzo de 2013

Érase que se era...


 
Érase que se era una bruja que vivió esta mañana. Sus dominios se extienden desde la Sucia Terraza hasta la Puerta Rota del Norte, y en ellos reina sin compasión ni misericordia. Parió  y amamantó a sus súbditos antes de venderlos al mundo, consiguiendo una dulce cosecha de siervos.  Por eso, porque la merece, cada día al levantarse aceita su ralo pelo negro y se coloca su corona de harapos y ceniza.
La bruja que vivió esta mañana se cruzó con vosotros, pero no la vísteis. Posee un abrigo viejo, regalo de un trapero que pena en el purgatorio; cuando se lo pone nadie mira sus ojos, donde siempre está lo que ella es. Así atraviesa la ciudad, entra en las tiendas, habla con los ancianos abandonados al sol como si fuera uno de ellos. Pero los gatos y los niños huyen y lloran.
Las brujas no son seres hermosos. No son sabias, sólo astutas. No son fuertes, sólo amargas. De todo lo que el tiempo puede dar sólo tienen la decrepitud. Por eso odian cuanto es joven y aún tiene Esperanza.
Quizá Blancaflor aún tenga esperanzas, porque sólo tiene catorce años (la bruja que vivió esta mañana corrige, “catorce años y medio”); pero pronto desaparecerán. No habrá nada para ella en el festín de este mundo, salvo la cadena que las madres han tejido con tanto esmero, que los padres han vigilado con tal fiereza desde que el mundo es mundo y las niñas sólo niñas. No habrá para ella nada salvo la ignorancia y la brutalidad de un matrimonio que se ha llevado por delante su infancia y sus sueños.
La bruja no está satisfecha con una nuera tan joven, tan inútil para la casa. Cuando su hijo la llevó el primer día le palpó los brazos y el vientre como si estuviese esperando a que engordara un poco para arrojarla al horno y comérsela. Mientras llega ese momento ha decidido que deje el colegio, que ya sabe mucho y no necesita más.

Érase que se era una bruja que vivió esta mañana.

No es nada especial, hay tantas...




 








 

domingo, 24 de febrero de 2013

El Pequeño Pueblo Feliz

Uno de los mitos creados por las series estadounidenses es el mito que yo llamo "El Pequeño Pueblo Feliz".
Supongo que empezaría antes de lo que recuerdo, ¿quizá con La Casa de la Pradera?, pero como buena representante de mi generación, tomé nota de él por primera vez con Barrio Sésamo y cuajó definitivamente en mí con Doctor en Alaska. De pronto, vivir a 50º bajo cero, con un único garito en todo el pueblo, rodeada de gente delirante, aislada de la civilización y sin más medio de comunicación que un helicóptero (a mí, que no me subo ni a la noria infantil) me parecía el mejor plan del mundo. El hecho de tener que alimentarme de tocino de reno diez meses al año ni siquiera se me pasó por la cabeza.
¿Aún dudáis? Pues pensad en el Stars Hollow de Las Chicas Gilmore o el Grandview de Entre Fantasmas, dos muestras de todo lo contrario: vivir en una remota villa de Nueva Inglaterra no implica ni mucho menos carecer de Universidad, Hospital, Urgencias (tome nota quien deba), Bibliotecas públicas de morirse, aeropuerto (bueno, eso aquí también pasa), y autopistas si se tercia y lo requiere el guión. Además, encienden cientos de lucecitas doradas en Navidad y adornan con cientos de cintas sonrosadas las calles en Primavera sin plantearse el presupuesto municipal, mientras la gente pasea feliz sosteniendo esos misteriosos vasos encapuchados donde juran llevar café.
Desengañémonos; eso quizá pase en Nueva Inglaterra, pero aquí es simplemente un MITO. La realidad, al menos la que yo conozco, está a medio camino entre Hobbiton y Puerto Urraco. Los que vivimos en ciudades pequeñas, con corazón de pueblo, sabemos de lo que hablamos. Esos bucólicos paseos dominicales, ese hermoso quiosco decimonónico de la Plaza Mayor, esa amable gente que te saluda y te recita los nombres de tus padres, hermanos, abuelos y bisabuelos como si fueran una saga islandesa, pueden ser de pronto como la Charca del pobre Señor Sapoguapo: una jaula difícil de abrir e imposible de cambiar, un Pequeño Pueblo Feliz…



PUEBLO AIRADO, Ana Castelbón
Ilustración para el cuento inédito El Sapo Que no Quiso Ser Príncipe
(Acuarela y tinta sobre papel)





lunes, 11 de febrero de 2013

El Lado Oscuro


Boceto para La Noche, Ana Castelbón
 Lápiz sobre papel


Quedó como boceto, nunca he vuelto a tocarla.
Veo sus defectos, que son muchos y evidentes, pero no sé si de retomar la idea conseguiría mantener en sus ojos ese brillo que la redime (al menos para mí).  Tienen algo que sólo da El Lado Oscuro.
Y  El Lado Oscuro es poderoso.
Cuando se presenta hay que someterse a su voluntad. ¿Ibas a dibujar al Hada Azul en un campo de unicornios? Olvídate. Si aparece El Lado Oscuro te encontrarás ante el retrato de Isabel Báthory, sin saber cómo lo has hecho.
Yo sé dónde se esconde. Acecha en cada lápiz blando que usas. En los 4B, en los 5B... Cuanto más blandos, negros y densos, más fuerte es la energía que los habita. Incluso los 2B son peligrosos, pese a su aspecto de normalidad.  Allí aguarda en silencio hasta que caes en su campo de fuerza... oscura, por supuesto.
Cuando te arriesgas con uno de esos lápices nunca sabes cómo acabará tu obra. Emborronarás, pintarás con los dedos, trazarás las líneas más finas con hambre insaciable. Créeme, lo sé bien.  Por un instante te desvela un Yo desconocido, desafiante y seguro. (Una experiencia muy buena e increíblemente escasa). Pero eso sólo significa una cosa: El Lado Oscuro se ha presentado y se llevará tu dibujo, como Rumpelstinsky se llevó al primogénito de la reina.
Hazme caso: déjale ir, no mires atrás y para el próximo coge uno de esos aburridos, útiles e inexpresivos lápices HB.

No digas que no te avisé, aquí te dejo otra prueba.


 
Sombras (detalle), Ana Castelbón
(Lápiz de grafito y lápices de colores sobre papel)
 

miércoles, 6 de febrero de 2013

Todos los niños crecen, menos uno...



Michael Llewelyn Davies como Peter Pan

Todos los niños crecen, menos uno...
Aunque es un comienzo magistral, no es cierto. Al menos hubo dos niños en toda la historia del mundo que no crecieron. Uno fue Peter Pan, claro. El otro fueJames M. Barrie.
No es una exageración decir esto. El pequeño James envejeció, pero no creció más allá del metro cuarenta y siete de estatura. Una mañana, tan sólo un día antes de su decimocuarto cumpleaños, su hermano David salió a patinar y ya no regresó. Aquella muerte detuvo el reloj de los huesos y del corazón de James cuando apenas contaba seis años de edad. Le arrancó las ansias de crecer y se las llevó entre las fauces, igual que el cocodrilo arrancó el brazo de Garfio. 

Ese día su madre cerró las ventanas de su corazón, dejándole fuera. En todas sus biografías se repite esa frase tremenda de Margaret, cuando escucha los pasos de James “¿Eres tú, David, es posible que seas tú?”... Y cuando ve al pequeño, suspira y dice “…sólo eres tú…”

Aquel James solo, sólo James, sobrevivió inventando una infancia no tanto perdida como negada. Si la patria de un hombre es su niñez entonces él, como Carroll, como K. Graham y Saint Exupery, como muchos otros, escribió desde el exilio. El más amargo, porque no hay retorno posible a los lugares amados, a los seres y pensamientos que la habitaron. Nunca Jamás, ése el nombre de la tierra anhelada, el lugar donde la muerte es una gran aventura y no la indiferente desgracia de una madre encerrada en su cuarto. Nunca Jamás, donde aún volamos al ser felices y nuestros sentimientos pueden ser salvajes, libres e impunes... Donde el tiempo sólo persigue a Garfio.

Quizá haya que girar en la segunda estrella a la derecha y volar hasta el amanecer para llegar allí, pero James Barrie encontró su puerta en los Jardines de Kensington por donde paseaba, quebradizo y diminuto, sepultado en abrigos enormes, junto a Porthos, un San Bernardo que a su lado aún parecía más descomunal.

En aquellos jardines fue donde conoció a la pequeña Margaret. Le llamaba fiendy, que con su lengua de trapo sonaba fwendy. Barrie sabía que había que darse prisa, pues a los ocho años, más o menos, los niños huyen de los jardines y no regresan jamás. Cuando se los ve de nuevo ya son hombres y mujeres que levantan el paraguas para llamar a un coche de punto. 

No fue el caso de Margaret, quien no llegó a cumplir los seis. 

La vida de Barrie, como tantas otras, es un rosario de muertes prematuras, de historias silenciadas en su mismo comienzo. La de David, la de Margaret, la de George, desaparecido a los veintiún años en la ciénaga de barro y sangre que fue la Primera Guerra Mundial. La de Michael, ahogado en el Támesis antes de cumplir los veinte… “De algún modo, ése fue mi fin”, dijo entonces Barrie.

Pero me adelanto. Michael es aún ese niño de grandes ojos que juega en el jardín, y el tic-tac del reloj que nos persigue apenas es audible en esa tarde de juegos. Y todavía me adelanto. Aún más atrás, si seguimos paseando por los Jardines de Kensington junto a Barrie y Porthos, llegará el día en que conozcamos a los niños Llewelyn-Davis. En otro comienzo magnético y magistral, el de El Pajarito Blanco, Barrie nos cuenta cómo robó la familia que fue incapaz de crear por sí mismo… En ocasiones ese chiquillo que me llama padre me trae una invitación de su madre: "Le estaré muy agradecida si viene usted a visitarme”, dice... George y Michael, sus favoritos, y Jack, Peter y Nicholas, sus hermanos, dieron la chispa de infancia primordial de la que surgió Peter Pan. Él mismo lo define así: la llama nacida de vosotros. 


James Barrie y Michael Llewellyn Davies



De todas sus páginas, de toda su belleza, me quedo con la explicación más fidedigna de por qué ni Peter Pan ni James M. Barrie crecieron.

Peter porque siempre olvidaba, James porque nunca olvidó.

No fue el dolor sino la injusticia lo que desconcertó a Peter, dejándolo absolutamente indefenso. Se quedó mirando a Garfio, horrorizado. Todos los niños reaccionan así la primera vez que se les trata injustamente. Cuando un niño se nos acerca, a lo único que cree tener derecho es a la justicia. Si tratamos a un niño injustamente es posible que vuelva a tomarnos cariño, pero nunca volverá a ser el mismo. Nadie logra superar la primera injusticia; nadie, excepto Peter. (...) Creo que ésta era la verdadera diferencia entre él y los demás niños.


  



domingo, 3 de febrero de 2013

Los Peligros del Cambio



La vemos tan feliz y despreocupada, en el instante en que se percata repentinamente de que tiene alas y ya no tendrá que arrastrarse nunca más... Mas, ay, nuestra pobre mariposa no rellenó los impresos que avisan de que ya no es una oruga.
Y ésta es la moraleja, queridos niños: siempre hay que avisar de los cambios a la Charca.
Os lo digo por si acaso se os ocurre transformaros sin previo aviso y volar en solitario. Siempre habrá una oruga armada vigilando, como un Gran Hermano pequeñito.

Ilustración para el Sapo Que No Quiso Ser Príncipe,
cuento inédito.
(Acuarela y tinta sobre papel)

viernes, 25 de enero de 2013

El Momento "Desastre"

En todo dibujo, en todo lo que hacemos (creo), llega el Momento Desastre; un punto crítico donde la idea inicial ha perdido aparentemente todo lo que tenía de original y prometedora y el resultado final se anticipa precisamente así: desastroso. En el mejor de los casos es sólo un momento. Una vez superado, y aunque el producto de nuestros esfuerzos no colme nuestras expectativas (que nunca lo hace), llegamos a "algo" aceptable, decoroso; algo que pasado un tiempo y una vez la visión gloriosa y nítida (esto es ironía) que nos impulsó a dibujar ha desaparecido, nos parece hasta bueno.
Pero eso sólo ocurre en el mejor de los casos, como he dicho. Porque puede ser que el Momento Desastre sea como Caribdis y nos engulla para siempre jamás. Es cuando una empieza a empastar ese horrible color pardo, a reforzar líneas absurdas o a sentir que mejor es dejarlo y dedicarse al ganchillo. Una opción que nunca he desechado completamente.
Una vez un profesor de diseño me dio un gran consejo: "No importa cómo vaya, termínalo. Así siempre podrás aprender de lo que hayas hecho mal."
Desde entonces, siempre que entro en un Momento Desastre, escucho en mi mente esas palabras como Luke Skywalker las de Yoda, y persevero.
Pues bien, he aquí un dibujo que proviene íntegramente de un Momento Desastre.
Tuve que hacer una ilustracion  con "animalitos", eso me pidieron. Yo nunca había dibujado "animalitos", así que directamente me los inventé. Ahora que los miro de nuevo me reafirmo en que lo peor es la oveja, con ese tupé de crooner hervíboro. El caso es que, deseperada, habiendo calculado mal incluso el encuadre, dibujé una fila de ratones para llenar un poco el espacio, en un patético intento de reconducirlo.
 
 
 
 (Realmente eran la traslación al mundo animal de mi hermana y mis sobrinos, aunque eso nadie lo sabe.)
 
Allí estaba, la luz al final del tunel, la forma de salvar algo del naufragio y entregar una ilustración decente. Lo curioso fue que esta vez la idea me pareció tan divertida desde el principio que realizarla fue un placer. Me salté por completo el Momento Desastre.  
 
En fín, tanto rodeo para mostraros una de mis obras más queridas, nacida de una horrible oveja y un momento de absoluta desesperación. 


 

Distracciones, por Ana Castelbón
(Acuarela y tinta sobre papel)