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viernes, 25 de enero de 2013

El Momento "Desastre"

En todo dibujo, en todo lo que hacemos (creo), llega el Momento Desastre; un punto crítico donde la idea inicial ha perdido aparentemente todo lo que tenía de original y prometedora y el resultado final se anticipa precisamente así: desastroso. En el mejor de los casos es sólo un momento. Una vez superado, y aunque el producto de nuestros esfuerzos no colme nuestras expectativas (que nunca lo hace), llegamos a "algo" aceptable, decoroso; algo que pasado un tiempo y una vez la visión gloriosa y nítida (esto es ironía) que nos impulsó a dibujar ha desaparecido, nos parece hasta bueno.
Pero eso sólo ocurre en el mejor de los casos, como he dicho. Porque puede ser que el Momento Desastre sea como Caribdis y nos engulla para siempre jamás. Es cuando una empieza a empastar ese horrible color pardo, a reforzar líneas absurdas o a sentir que mejor es dejarlo y dedicarse al ganchillo. Una opción que nunca he desechado completamente.
Una vez un profesor de diseño me dio un gran consejo: "No importa cómo vaya, termínalo. Así siempre podrás aprender de lo que hayas hecho mal."
Desde entonces, siempre que entro en un Momento Desastre, escucho en mi mente esas palabras como Luke Skywalker las de Yoda, y persevero.
Pues bien, he aquí un dibujo que proviene íntegramente de un Momento Desastre.
Tuve que hacer una ilustracion  con "animalitos", eso me pidieron. Yo nunca había dibujado "animalitos", así que directamente me los inventé. Ahora que los miro de nuevo me reafirmo en que lo peor es la oveja, con ese tupé de crooner hervíboro. El caso es que, deseperada, habiendo calculado mal incluso el encuadre, dibujé una fila de ratones para llenar un poco el espacio, en un patético intento de reconducirlo.
 
 
 
 (Realmente eran la traslación al mundo animal de mi hermana y mis sobrinos, aunque eso nadie lo sabe.)
 
Allí estaba, la luz al final del tunel, la forma de salvar algo del naufragio y entregar una ilustración decente. Lo curioso fue que esta vez la idea me pareció tan divertida desde el principio que realizarla fue un placer. Me salté por completo el Momento Desastre.  
 
En fín, tanto rodeo para mostraros una de mis obras más queridas, nacida de una horrible oveja y un momento de absoluta desesperación. 


 

Distracciones, por Ana Castelbón
(Acuarela y tinta sobre papel)

jueves, 24 de enero de 2013

Los Ojos de mis Ojos están abiertos.


 
 
 
Conocí a William Blake (y a Tennyson) gracias a las citas con que Agatha Christie encabezaba algunos de sus libros. A veces, aunque no sea éste el caso, las citas son lo mejor de una novela. Así también fue como conocí a Cummings, con este verso que encabezaba un capítulo en un libro que nada tenía que ver con él: Los ojos de mis ojos están abiertos...
Menospreciamos el poder de las palabras, aunque a menudo sean lo único que tenemos. Cada una de ellas es un hechizo, siempre poderoso. Dices los ojos de mis ojos están abiertos... y de inmediato sabes que los has tenido cerrados durante demasiado tiempo.
Pero sí, hoy los ojos de mis ojos están abiertos, los oídos de mis oídos despiertan... Porque hoy es el cumpleaños de la tierra, dice, del sol, es el día en que nace la vida, el amor y las alas...Y yo, que estaba muerto estoy vivo hoy de nuevo... El poema se deshace letra a letra en pura alegría de vivir y empapa de Vida cuanto toca a su paso, transformándolo en aquello que cuenta.  Gracias, Dios, por este día asombroso... Por todo lo que es infinito, es natural, lo que es Sí. Y al leerlo, por la propia magia de esas palabras, la gratitud llega y nos alza con su gozo de salmo.
Nos grita Confía en tu Corazón aunque los mares se incendien, y vive por Amor aunque las estrellas retrocedan...  Nos habla de un amor que puede abrirnos y cerrarnos como la lluvia a las rosas. Nos hace bellos y dichosos y sabios mientras le leemos. Sus versos nos acucian: no temas a la muerte, ni al futuro; arroja lejos tus miedos y tus dudas porque también después es hasta, porque hay algo en el aire de la primavera que huele a jamás y a siempre.
Y porque siempre que los hombres tienen razón no son jóvenes...
 
 

sábado, 19 de enero de 2013

El Inicio de un Cuento


 

 
Ana Castelbón, Ilustración para el cuento inédito
El Sapo que no Quiso ser Príncipe
(Acuarela y tinta sobre papel)

 
 
Pocas veces he visto tanto amor como el que desprendía aquella niña diminuta abrazando a ese enorme, gordo e indiferente sapo.
Aparecían en un reportaje fotográfico que una revista, usualmente atenta a grandes casas y amores nuevos de infectos personajes, publicó hará ya más de diez años. Los padres de la pequeña, no recuerdo si eran antropólogos, biólogos, primatólogos o misioneros, pero sí que pertenecían a esa casta de afortunados que viven haciendo lo que aman, ( y retomo) la fotografiaron en plena sabana africana rodeada de antílopes, hienas, jirafas y... un sapo.
Un sapo gigantesco.
En la fotografía la niña lo abrazaba como si fuera su peluche favorito, la criatura más amorosa y dulce sobre la tierra. Lo apretaba contra su rostro y lo estrechaba entre sus brazos, sonriendo igual que Titania a Bottom...
"¿Será eso lo que nos pasa cuando nos enamoramos..?", pensé.
Y la imagen, parlanchina y molesta, se quedó conmigo. La dibujé no una, sino muchas veces, incluidas estas versiones que os dejo aquí.
Y me contó un cuento sobre un sapo, un señor sapo, el señor SapoGuapo, que vive feliz y enamorado de su prometida, la encantadora Petula, hasta que... Bueno, hasta que le besan, claro. Es lo que pasa con los sapos; y al parecer, no sólo en los cuentos.





domingo, 13 de enero de 2013

La pequeña cerillera

 
 
 
Hoy he visto a la pequeña cerillera. No es pequeña ni vende fósforos. La veo encender una tras otra las llamas que le abrasan los dedos. Su resplandor ilumina el rostro desvencijado, el pelo tristemente pintado de amarillo. Extiende sus manos sobre el vientre y sonríe. Va a tener otro niño. Lo cuenta todo muy deprisa y se ríe mientras afirma que está loca. Aunque no lo está. Sólo profundamente perdida. Se ha lanzado a la vida como un coche sin frenos, como una locomotora que descarrila camino de un barranco: cada niño, un vagón más que conduce en ese viaje infernal hacia ninguna parte.
Te cuenta que le quiere, aunque él la trate mal.  Luego rectifica. No es que la trate mal, es que la quiere a su manera. Claro, no podemos olvidar eso. Hay tantas maneras de querer... Quizá el abandono, el insulto, el desprecio, el golpe, entre en alguna de ellas. Otro fósforo se consume mientras lo piensa. Uno más. Me pregunto cuántos le quedan, cuánto miedo le da la noche inmensa que aguarda tras esas luces diminutas que enciende y apaga sin cesar. 
Enciende y apaga.
Enciende y se apagan.

Se apagan.



jueves, 10 de enero de 2013

... Y al Oeste del Sol


Hada Ana Castelbón, 2001
(Lápiz de grafito y lápices de colores sobre papel)





Tenía que comenzar por este dibujo, al que debo muchas cosas. Supuso el reencuentro con una parte de mí que estuvo largo tiempo olvidada y ahogada por tareas, obligaciones y trabajos. Una tarde dibujé sus ojos y ellos me rescataron. Aún recuerdo la profunda alegría que sentí al coger de nuevo los lápices, al contemplar sus ojos y sentir cómo ellos guiaban mi mano y trazaban su rostro. Un color llamaba a otro, una línea se continuaba con otra sin aparente dificultad. Dibujar no siempre es así, pero cuando sucede recuerdas la alegría de olvidarlo todo delante del papel. 
Y su mirada sigue contemplando un mundo que quizás tú también conozcas.
Queda Al Este de la Luna y Al Oeste del Sol...